Volumen: I | #

El golpe militar del 11 de septiembre de 1973 dividió violentamente la historia de Chile en dos, con una profundidad que aún no logramos medir plenamente. Falta sencillamente la perspectiva que da el tiempo y la distancia frente a los hechos para poder hacerlo. En lo personal, cambió la vida de varias capas generacionales de políticos, en una de las cuales yo también me encontraba. A algunos les costó la vida o sufrieron terribles daños a través de torturas físicas y psicológicas, o tuvieron que exiliarse. A otros les significó el fin de su trayectoria política o también profesional. A mi familia directa y a mí, sin estar perseguidos en ningún momento, nos costó varios años más de lo presupuestado de alejamiento de Chile, que, por fortuna, aprovechamos bien, junto a chilenos exiliados que hicieron algo semejante, estudiando y preparándose para incorporarse en una nueva etapa histórica del país. Pero nuestra forma de insertarnos en la política chilena cambió sustantivamente. Nada fue igual al pasado y todos nuestros cálculos de esa época fallaron y modificaron cualquier plan que hubiésemos podido haber diseñado.

La verdadera historia del golpe tal vez no se escriba nunca completamente. Sus actores principales han dejado testimonios que tienden a embellecer su acción, mientras han procurado borrar al máximo las huellas de sus fallas. Pinochet, sobre todo, ha tratado de demostrar que fue el primero de todos en ver claro y saber lo que tenía que hacer, tal vez para ocultar el hecho verdadero de que se subió al carro al final de los finales, cuando ya no tenía alternativa para retroceder. Sus intentos han sido tan burdos, que delatan precisamente lo contrario de lo que quiere demostrar. Eso sí, una vez que dio el paso se acabaron sus vacilaciones.

En cualquier caso, mi visión global, que abarca el golpe y una buena parte del gobierno dictatorial de Pinochet, puede resumirse en algunos puntos centrales:

1.- Los militares fueron convirtiéndose dinámicamente en actores políticos principales de la vida nacional, a lo menos desde el “tacnazo” del general Viaux en octubre de 1969 contra el Presidente Frei Montalva (Cf. Boye, Crisis militar, en: “Mensaje” de Diciembre de 1969). Su insatisfacción respecto de su “rol” en la sociedad chilena venía creciendo desde mucho antes. Allende los involucró en varios momentos de su gobierno, pero no lo hizo en forma estable. Los llamó dos veces a integrar su gabinete y en ambas ocasiones los despidió después de un tiempo. Al final, cuando más los necesitaba, no le respondieron como quería, perdiendo por completo el control sobre ellos. Pero no actuaron contra él solos, sino acompañados y estimulados por la derecha, que logró de esta forma retornar a un poder que le iba siendo cada vez más esquivo durante el siglo XX. De una publicitada y proclamada defensa de la democracia, se convirtió en la fuerza política de apoyo de la dictadura.

2.- El golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 fue posible porque muchos factores simultáneos confluyeron para permitirlo. La mecánica política, social, económica, militar y hasta cultural, ha sido bastante estudiada y está relativamente clara. Se trató de un hecho mayor, de una contrarrevolución, explicable, aunque no justificable, en el contexto en que se dio. Ninguna interpretación unilateral o monocausal es válida. Eso reduciría un fenómeno extremadamente complejo a simplismos que no se sostienen con ningún análisis medianamente cuidadoso y riguroso.

3.- Las responsabilidades políticas, con todas sus implicancias, están ampliamente repartidas; pero, si se hace una lista que vaya de mayor a menor, será siempre encabezada por Allende, la coalición gubernamental que le dio sustento y, sobre todo, la extrema izquierda, con su influencia indudable en esos años. Esto no elimina la importancia de la conspiración de la derecha desde el mismo 4 de septiembre de 1970 en la noche, de la intervención americana hoy más que probada, de la actitud claramente hostil de los jueces de la Corte Suprema hacia el gobierno de Allende, de la hostilidad abierta y agresiva de los colegios profesionales, de los camioneros, de la DC y su postura de “no dejarle pasar una” al gobierno, de la traición de Pinochet al Presidente que lo había designado en el cargo pocos días antes, etc. Como lo dijo con clarividencia Radomiro Tomic en su famosa carta a Carlos Prats del 25 de agosto de 1973, o sea, escrita en el borde del abismo: “La turbia ola de pasiones exacerbadas y violencia, de ceguera moral e irresponsabilidad, de debilidades y claudicaciones, que estremece a todos los sectores de la nacionalidad y que es obra, en grado mayor o menor, de todos ellos, amenaza sumergir el país tal vez por muchos años. Sería injusto negar que la responsabilidad de algunos es mayor que la de otros, pero, unos más y otros menos, entre todos estamos empujando a la democracia chilena al matadero. Como en las tragedias del teatro griego clásico, todos saben lo que va a ocurrir, todos desean que no ocurra, pero cada cual hace precisamente lo necesario para que suceda lo que pretende evitar.” Por cierto, de nada sirvió tanta clarividencia... Cuando estas palabras fueron escritas ya era demasiado tarde. Los dados estaban echados.

4.- La forma tan extremadamente violenta como se dio el golpe (con bombardeo y destrucción parcial grave del palacio de La Moneda y de la casa del Presidente, entre muchas otras cosas) selló desde un comienzo las posibilidades de un retorno rápido a la democracia, pero esto no fue visto así por los actores políticos de izquierda y de la DC, desplazados por el nuevo régimen, que creyeron al comienzo en un gobierno militar de corta duración. Esta equivocación clamorosa se debió en gran medida al desconocimiento que había en la clase política respecto a los militares chilenos y a la verdadera capacidad política operativa de los partidos de izquierda y de centro en un régimen de dictadura como el que se instaló el 11 de septiembre de 1973. Al momento del golpe había muy pocos estudios sobre las Fuerzas Armadas chilenas. Recuerdo algunos escritos proféticos dentro de la DC, pero sin eco, de Alberto Sepúlveda Almarza, y un libro del francés Alain Joxe de 1970 (“Las Fuerzas Armadas en el sistema político chileno”), que despertó algún interés, pero sólo en pequeños círculos de estudiosos. La extrema violencia del golpe, que le costó la vida a tantos chilenos en sus primeras semanas, quedó grabada con fuerza simbólica, en dos de los muchos gravísimos hechos acaecidos. El primero estuvo compuesto por los inútiles y absurdos bombardeos del Palacio Presidencial de La Moneda y de la residencia del Presidente Allende. Con estos actos se le dijo al país que se destruía el viejo edificio constitucional de la democracia chilena. El segundo, compuesto por los saqueos de las casas de Pablo Neruda, en los mismos momentos en que él agonizaba en una Clínica de Santiago, le habló al país de odios que llegaban hasta tocar a una de las glorias de la literatura chilena y universal de todos los tiempos. Eran odios ideológicos (anticomunismo) y culturales que quedaron aquí plasmados para siempre en la memoria histórica de Chile y el mundo.

5.- Sólo hubo guerra civil en la mente de los sectores extremos enfrentados, pero no en la práctica. En verdad, fue un fantasma verbal, retórico, semántico, levantado primero por el partido comunista durante el gobierno de Allende (recordar su campaña de “No a la guerra civil”) y por la derecha y la cúpula militar después, que utilizaron ampliamente, sobre todo “a posteriori”, como pretexto para apoyar el golpe y justificar las violaciones masivas a los derechos humanos. Pero la verdad es que desde el abortado intento de golpe, que fue llamado “tancazo” o “tanquetazo”, encabezado por el coronel Souper el 29 de junio de 1973, el alto mando de las FF.AA. (Pinochet, entre ellos) sabía que la izquierda allendista no tenía capacidad de fuego real como para enfrentarlas con éxito y mucho menos para derrotarlas. Las motivaciones de los golpistas fueron ideológicas y no siempre basadas en realidades sólidas. El famoso “Plan Z” fue un invento completo, un engaño total. Prometieron mostrar las pruebas. Nunca lo hicieron, porque no podían. Dichas pruebas no existían. Si las hubieran tenido, no habrían vacilado un instante en mostrarlas, pues ellas les habrían proporcionado un argumento sólido en favor del golpe, legitimándolo políticamente mucho. Cometieron fraude que hasta hoy engaña a algunos. Las siguientes palabras del general Odlanier Mena, que fue jefe de la Central Nacional de Inteligencia, CNI, durante el gobierno de Pinochet, constituyen un impresionante y elocuente mentís a la idea de la guerra civil y a la afirmación de que los militares habrían actuado debido a que estaban perfectamente informados de que existía un plan (“Z”) para eliminarlos: “Pregúntenme por qué ocurrieron las violaciones a los derechos humanos, por qué las torturas y los detenidos-desaparecidos. Yo les voy a responder que la causa estuvo, en buena medida, en una deficiente información de inteligencia en el período anterior e inmediatamente posterior al 11 de septiembre.” Y agrega sin inmutarse: “En el 73 ocurrieron muchos desaparecimientos, muchas torturas y muchas muertes que después se han ido explicitando. Y eso se debió a que por un defecto de información, se tenía la impresión de que se enfrentaba una guerra civil.” (Diario “La Segunda”, 8 de marzo de 1991) Mi modesto comentario es: a confesión de parte, relevo de pruebas.

6.- El PC fue durante el gobierno de Allende, paradojalmente podría decirse, la fuerza moderada y moderadora de la Unidad Popular. Otros sectores en esta misma línea fueron el MAPU-OC (Gazmuri), el PR y el sector allendista del PS. La Izquierda Cristiana, el MAPU (Garretón) y el sector mayoritario del PS se alinearon en posiciones cercanas a las del MIR, que se movía desde fuera de la Unidad Popular. El nervio de la estrategia comunista, en particular a partir del segundo año del gobierno de Allende, se expresó en la frase “consolidemos lo avanzado” y en el intento de evitar el enfrentamiento armado. Su espacio de maniobra dentro de la coalición de gobierno, por la creciente presión del otro sector, se fue estrechando con el paso del tiempo, hasta hacerse completamente ineficaz. La otra posición se tradujo en la idea de “avanzar sin transar” y en la convicción de que al final el uso de las armas tendría “la palabra”. En el antepenúltimo número de la revista “Punto Final”, de extrema izquierda, aparecido el 14 de agosto de 1973, el titular más visible que sus redactores colocaron en su portada fue “TIENE LA PALABRA EL CAMARADA MAUSER”. Aunque pudiera argumentarse por sus autores que era una actitud defensiva, lo cierto es que, sin tener la fuerza necesaria para hacer prevalecer al “CAMARADA MAUSER” estaban empujando a los allendistas al matadero. Ahora bien, durante los tres años de Allende, el evidente predominio de la estrategia moderada y realista de los primeros tiempos fue cediendo terreno a la estrategia maximalista y voluntarista en la segunda mitad del período. La percepción desde fuera de esta realidad fue decisiva para el vuelco interno producido en la cúpula de las FF.AA. Un creciente grupo de oficiales fue creyendo que el control del gobierno lo iba teniendo gradualmente la extrema izquierda y que Allende ya no dominaba la situación. Aunque el sistema político seguía funcionando en plenitud, y hasta mostraba resultados de arreglos que se conseguían por medio de negociaciones políticas (ver mi libro “Hermano Bernardo”, 1986, p. 191 y sigs.), la imagen que proyectaban los actores del gobierno, desde Allende, que no se decidía a definir una posición clara y tajante dentro de estos dilemas, hasta los moderados y los extremistas, alimentaba los temores de los altos oficiales, afianzados por una campaña “a todo trapo” de la derecha. ¡Revísense y léanse hoy los diarios de la derecha y de la izquierda de ese tiempo!

7.- El 11 de septiembre de 1973 el Presidente de la República, Dr. Salvador Allende, se quitó la vida por sus propias manos. Durante muchos años se afirmó que había muerto acribillado por las balas del enemigo durante un enfrentamiento directo. Allende, que portaba una metralleta regalada a él por Fidel Castro, como quedó grabado para la posteridad en una histórica foto, disparó al parecer desde la Moneda un par de veces, pero, por todo lo que se sabe de sus movimientos de ese día, esa habría sido en cualquier caso, de ser efectiva, una actividad esporádica y más bien de carácter simbólico, de aliento a quienes tenían a su cargo la tarea específica de defender el Palacio de la Moneda. En cambio, el testimonio del médico Gijón, que dice haber visto el instante del suicidio, nunca ha sido desmentido. La única foto del cadáver de Allende que se ha publicado hasta ahora, una vez en la RDA en 1973 y otra por mí en la revista “Análisis” en 1983 (ver Suplemento de “Análisis” Nº 1, Septiembre de 1983), descarta por completo la posibilidad de que Allende haya sido acribillado por terceros. En cambio, muestra su cabeza semi-destrozada por las dos balas de la metralleta que él accionó para quitarse la vida, disparándose desde la barbilla hacia arriba, en una especie de “tiro de médico” que le aseguraba la muerte instantánea, al revés de la agonía, presenciada por Allende, de su íntimo amigo y colaborador, el periodista Augusto Olivares, quien se había disparado en la sien una hora y media antes. Este hecho del suicidio del Presidente, que sólo tiene parangón con el de Balmaceda, revela, a mi juicio, el alto sentido del deber histórico que tuvo Allende, quien no se dejó tocar físicamente en vida por los que querían expulsarlo del poder apoderándose de él para mandarlo al exilio y, con seguridad, mandarlo a matar después. En este sentido, también puede afirmarse que él fue asesinado, porque se lo acorraló hasta el punto de no dejarle prácticamente otra alternativa que la del suicidio. Estas consideraciones me llevaron a decir, en una intervención mía en la Universidad Central de Venezuela en septiembre de 1998, que en su muerte habían participado dos voluntades, la de los golpistas y la de él mismo. A mi juicio, Allende obró, así, muy responsablemente y defendiendo la majestad de su cargo y la dignidad del régimen democrático dentro del cual él había querido, a lo largo de toda su vida, hacer realidad sus ideales de justicia. Fue, tal vez, el mayor gesto de grandeza de toda su vida, como he oído decir más de una vez a partidarios suyos.

8.- La historia no olvidará tan fácilmente las violaciones masivas de los derechos humanos practicadas por el gobierno de Pinochet, ni lo liberará de responsabilidad personal y, desde luego ética y política, en esta materia. Siempre recordaré una cena con el entonces obispo de Antofagasta, monseñor Carlos Oviedo Cavada (posterior Arzobispo de Santiago y Cardenal), que tuvimos en Heidelberg, en la casa del sociólogo José Escaida, un grupo de becarios, en 1978. Allí el abogado Roberto Mayorga, que tenía gran capacidad para hacer preguntas difíciles, dirigiéndose directamente a Oviedo le dijo: “¿Quién tiene la responsabilidad moral y política por la violaciones a los derechos humanos que se han cometido y se siguen cometiendo en Chile?” La respuesta fue seca y sin titubeos: “Uno solo: Augusto Pinochet Ugarte”. Los hechos fueron tan traumatizantes para tantos chilenos, que tardará décadas la curación de las heridas. Esto opacará siempre otros aspectos de su gestión como gobernante, que fueron positivos para el país, a pesar del enorme costo social que pagó la población más débil por ello. Hay suficientes pruebas que avalan la responsabilidad personal de Pinochet en estos hechos. Desde el instante en que Pinochet asume la conducción del golpe hay huellas al respecto. Notable es la grabación de su voz ordenando medidas represivas. Allí queda meridianamente clara la intención de Pinochet de matar, en lo posible, a Allende. En un momento en que el Almirante Patricio Carvajal confirma con Pinochet que mantendrán el ofrecimiento a Allende de sacarlo del país, su respuesta es: “Se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país y el avión se cae, viejo, cuando vaya volando.” En otra parte, Pinochet, siempre dialogando por radio con Carvajal, le dice, respecto a la gente que está por salir, rendida, de la Moneda: “La opinión mía es que estos caballeros se toman y se mandan por avión a cualquier parte, e incluso, por el camino los van tirando abajo”. Esta era la catadura moral de quien se iba a hacer cargo ese mismo día de los destinos de Chile por los siguientes dieciséis años y medio...

9.- La inesperada detención de Pinochet en Londres, a mediados de octubre de 1998, a raíz de un imprudente e inconsulto viaje suyo, demostró a los chilenos muchas cosas importantes. Por de pronto, puso de relieve la profundidad de las heridas causadas por acciones directas de su gobierno, que se habían traducido, en su momento, en violaciones masivas y sistemáticas a los derechos humanos en una escala desconocida hasta entonces por el país. Dejó en evidencia, igualmente, la horrorosa imagen internacional de su persona, que, en la práctica, significó convertirlo en un concepto, en una idea, en un arquetipo, representativos del mal, sinónimos de lo perverso en el planeta. Europa, gobernada mayoritariamente por la socialdemocracia, al igual que lo había estado para la época del golpe del 11 de septiembre de 1973, puso en evidencia que no lo había olvidado y no le había perdonado el derrocamiento de Allende, quien sí tenía buena imagen internacional en ese momento. La derecha chilena, isleña, provinciana, de una mediocridad penosa y lamentable, mostró además tener una ignorancia clamorosa de las raíces profundas de la cultura europea. En verdad, ofreció un espectáculo ridículo, triste. Aunque al gobierno de Eduardo Frei R-T este episodio le trajo problemas imprevistos y se vieron afectados principios de derecho internacional muy serios (inmunidad diplomática y, sobre todo, territorialidad de la justicia), Pinochet tuvo lo suyo en la etapa postrera de su vida. En efecto, experimentó, acompañado por su familia y sus amigos más cercanos, algo del dolor que él, con su gobierno, contribuyó a causarle a decenas de miles de compatriotas suyos.

10.- El régimen militar le dejó una herencia multifacética a la sociedad chilena, como no podía ser de otra forma tras estar decidiendo su destino en forma directa durante 16 años y medio. Las sombras han sido señaladas en forma sintética. Sobre las luces hay que decir algunas cosas. Hay sectores, siempre de derecha, que muestran las realizaciones económicas del gobierno de Pinochet como lo que justifica todo lo negativo que haya habido. Y, en verdad, en este aspecto tienen muchos puntos donde afirmarse, porque hubo un vuelco muy profundo en este campo, susceptible de ser calificado como “revolucionario”, por su radicalidad. El cambio aquí fue grande y sus efectos perdurables. Sin embargo, corresponde decir también que se cometieron graves errores en lo económico, pagándose un altísimo costo social por parte de los más débiles, que fueron los grandes perjudicados durante todo el curso de la dictadura.

11.- Augusto Pinochet Ugarte, sujeto gris como el que más hasta poco antes del golpe, se convirtió en el último gran personaje de la historia chilena del siglo XX, siendo la figura central del corte radical experimentado por Chile a partir de aquel 11 de septiembre de 1973. Junto a Arturo Alessandri Palma, Carlos Ibáñez del Campo, Pedro Aguirre Cerda, Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende, integra el pequeño grupo de políticos más influyentes del país en este período. Una biografía política de él, que alguien escribiera, por ejemplo, con el rigor de las escritas por Isaac Deutscher sobre Trotsky y Stalin, arrojaría muchas luces sobre su persona y el entorno histórico en el que surgió, actuó y murió. En todo caso, a grandes rasgos, debo decir que el personaje no deja indiferente a nadie y va a ocupar largamente a los historiadores. Desde luego, está atravesado, en su propia persona, por enormes y complejas contradicciones. Hacia fuera despierta odios y amores irracionales y definitivos. Matizar en torno a él suena a herejía, a entrega vergonzosa a una u otra postura extrema. Mucha gente en Chile y en el mundo no acepta términos medio. En el extranjero su mala fama abarca a más personas que dentro de Chile. Para vastas capas de la población europea, por ejemplo, Pinochet es paradigma del mal, como ya fue dicho antes. Con sus actuaciones públicas, Pinochet le provocaba problemas incluso a sus partidarios, porque era tosco para hablar. Bastante vulgar en su lenguaje, muestra una faceta oscura de su personalidad. El día del golpe su forma de referirse a la gente de la UP (“jetones” y “mugrientos” son para él, entre otros, hombres tan respetables como José Tohá y Clodomiro Almeida, sus jefes hasta poco antes de ese día) y sus recomendaciones de eliminarlos, incluyendo a Allende (“y después el avión se cae”), este aspecto alcanza su máxima expresión, pero mantiene este carácter durante toda su vida. (Cf. Interferencia Secreta de Patricia Verdugo). Bernardo Leighton, víctima suya, -¡qué duda cabe!- lo llamaba "nuestro Pino". Cuando le pregunté la razón para considerarlo así, me respondió simplemente: "porque es nuestro, nos pertenece, nació entre nosotros, es chileno...". Tal vez aquí esté una explicación a lo menos contextualizadora de este personaje. Pinochet es en verdad un producto nuestro, chileno, sólo explicable en el país que los chilenos hemos creado a lo largo de nuestra historia, con todas sus luces, pero también con sus muchas sombras, que a veces tratamos de ocultar. Su complejidad refleja la de toda la sociedad dentro de la cual hemos vivido. Fuimos los chilenos los que inventamos el sistema político de la Constitución de 1833 y lo mantuvimos vigente hasta 1925, cuando nos dimos la Constitución que murió en 1973. Fuimos los chilenos los que participamos voluntaria o forzadamente en los eventos plebiscitarios de 1978, 1980, 1988 y 1989, generando situaciones que sólo nosotros podemos entender a cabalidad. Todo lo sucedido en nuestra tierra, desde antes de la Colonia hasta el presente, nos pertenece desde siempre y para siempre. Alegrías y sufrimientos acaecidos en tierra chilena son parte de una historia común. Así, somos los propietarios legítimos de terribles divisiones: carreristas y o'higginistas, pipiolos y pelucones, balmacedistas, ibañistas y pinochetistas con sus respectivos "antis", todos estos bandos han existido y existen desde nuestra independencia. Las guerras civiles del siglo XIX también nos pertenecen. Y, para terminar, el enfrentamiento político suicida que culminó en 1973 es, también, completamente nuestro. Creo que esta es la manera correcta, sana y elevada de ver las cosas para poder avanzar en la comprensión histórica de lo sucedido y tratar de lograr un cierto acuerdo relativo al respecto.